Para bien o para mal, miles de bacterias, virus, hongos y parásitos colonizan el cuerpo humano

Gianfranco Grompone es un microbiólogo uruguayo, que cursó su posdoctorado en el Instituto Pasteur de París, y trabajó en la filial uruguaya de esa institución; en la actualidad, está radicado en Estocolmo, Suecia.
En esa ciudad es director científico de BioGaia, una empresa muy conocida de probióticos creada en la década de 1990, pionera en el estudio de un lactobacilo llamado Limosilactobacillus reuteri, cepa que se aisló de la leche materna de una mujer peruana de los Andes. A fines de los 80 y principios de los 90 en estas especies bacterianas se halló una molécula que mata microorganismos patógenos, la reuterina. A partir de ese probiótico, BioGaia empezó a investigar y desarrollar probióticos para nutrición infantil y adulta.
Experto en probióticos, Grompone trabajó siempre “en el diálogo entre bacterias y el organismo humano. Me interesó encontrar cómo se hablan esas bacterias con nuestras células”, dice.
Para ello, está abocado a la investigación básica, con la aspiración de poder extenderla a investigaciones clínicas que escudriñen sobre esa interacción de bacterias y células humanas y validar con médicos, padres de niños que tomarán probióticos y adultos que padecen problemas intestinales, el mecanismo de funcionamiento de esa interacción.
Hace más de un año, Grompone fue contratado para dirigir el departamento de Investigación y Desarrollo de la empresa sueca, presente en más de 100 países. En algunos de ellos establece colaboraciones y redes de colaboraciones, como en EEUU, Singapur, Europa, y aspira expandirse a América del Sur.
El siguiente es un resumen de la entrevista mantenida con Nutriguía para Todos, vía zoom:
Cuando comenzaste tus investigaciones y te metiste en el intestino, como si fuera el túnel del tiempo ¿qué esperabas encontrar y qué encontraste realmente?
Entré al intestino buscando enfermedades, un patógeno de la disentería bacilar, la shigellosis, causa de mortalidad infantil por diarreas en países donde hay problemas de condiciones de higiene.
Me interesaba descubrir cómo microorganismos tan chiquititos impedían defenderse al sistema inmune. Pero descubrí que las bacterias patógenas causantes de enfermedades son pocas, menos del 1% y que el resto son bacterias benéficas, comensales, se invitan a nuestra mesa y viven en una especie de mutualismo con nosotros que somos el huésped de ese ecosistema, que llamamos microbiota.
Además de bacterias, tenemos virus, bacterias primitivas llamadas Arquebacterias, protozoarios, parásitos, levaduras, hongos, que forman un ecosistema intestinal que dialoga con nuestros órganos, sobre todo con el epitelio intestinal, con el sistema inmune (70% de las células del aparato inmunitario están asociadas con el intestino).
Esas bacterias vienen del mundo exterior, se anidan en el intestino donde encuentran condiciones benéficas para ellas y nos devuelven ayudas: educan al sistema inmune, que aprende de esa presencia de bacterias buenas y con ellas establece un diálogo.
Algunas le informan que son antinflamatorias y que son diferentes de las patógenas como la Shigella. Otras tienen una enzima especial y detoxifican algunos nutrientes, digieren las fibras -del pan- de otros carbohidratos, cosas que naturalmente los humanos no son capaces de hacer.
En estos diálogos estamos además descubriendo el eje intestino-cerebro. Las bacterias presentes en la microbiota intestinal producen neurotransmisores como la serotonina, la hormona del placer, la oxitocina, el cortisol.
Entré en el intestino buscando enfermedad y me encontré con este ecosistema maravilloso de bacterias que son aliadas de nuestra salud.
¿Desde qué momento comienza a cohabitar esa flora intestinal o “microbiota” con el ser humano?
No hay solo microbiota en el intestino. También hay en la vagina, los pulmones, la boca, en la piel. También hay Lactobacillus reuteri en la boca y combate la inflamación de las encías.
Nos interesa descubrir cuál es el impacto de esos microorganismos de la cavidad bucal en la salud general o sistémica de las personas.
Se sabe que las personas diagnosticadas con cáncer colorrectal, una de las principales causas de muerte en el mundo, se enriquecen de manera inusual unos dos o tres años antes con microorganismos como el Fusobacterium nucleatum. Nosotros estamos estudiando de qué manera podemos intervenir en la cavidad oral con antelación para anular esa acción.
No nacemos con la microbiota. A partir del nacimiento comienza la colonización microbiana y no será la misma si el parto es vaginal o por cesárea. El bebé sale del útero de manera estéril. Cuando pasa por la vagina se autoinocula con los lactobacilos presentes en la vagina de la madre que van a producir ácido láctico, acetato, con lo cual acidificarán el medio y harán que bacterias patógenas, como el colibacilo, no puedan asentarse y atacar al bebé.
Pero si se nace por cesárea, el contacto con los lactobacilos no se da o se da en forma demorada, con la lactancia o con otro tipo de intercambio.
Luego del nacimiento, el tipo de alimentación o el uso de antibióticos condicionan la colonización de la microbiota hasta los 2 o tres años de edad, etapa en la que se termina de desarrollar y consolidar el sistema inmune.
Cada bacteria tiene su “ropaje” diferente y el sistema inmune debe aprender a reconocerla, entender cómo están vestidas las bacterias buenas para poder actuar cuando vienen otras vestidas de una manera diferente y que son patógenas.
Esa tarea educadora es permanente. Por eso es importante cuidar la alimentación, conocer cómo el cambio de una alimentación líquida a una sólida produce cambios en la microbiota.
A partir de los tres años la microbiota empieza a estabilizarse, a aumentar la complejidad de las diferentes poblaciones microbianas, hasta que en la adolescencia y en la edad adulta se consolida una microbiota bastante compleja pero estable
Los cambios hormonales de la adolescencia pueden aparejar cambios en ella. El uso inadecuado de antibióticos, el estrés, procesos infecciosos, problemas metabólicos también inciden en su composición.
Esa complejidad y diversidad microbiana es una condición de salud. Cuando se estudia la microbiota de personas que tienen problemas de salud, ya sean metabólicos (obesidad, diabetes tipo 2, síndrome metabólico), problemas cardiovasculares, neurológicos, trastornos del espectro autista, Parkinson, enfermedad de Alzheimer, problemas infecciosos, diarreas asociadas a infecciones, enfermedades autoinmunes, celiaquía, detectamos que la microbiota pierde diversidad; hay miembros de ese ecosistema que están ausentes. A menor diversidad menor salud.
Investigaciones actuales tratan de detectar cuáles son los microorganismos que faltan y qué función desempeñan.
Si se detecta esta correlación, los ausentes se pueden cultivar fuera del organismo para suministrarlos bajo la forma de probiótico.
¿Qué tipo de probiótico?
Los lactobacilos y las bífidobacterias son los probióticos clásicos, pero en la actualidad también hay otros de nueva generación formados por miembros faltantes de la microbiota.
Dos de ellos son Faecalibacterium prausnitzii y Akkermansia muciniphila, productores de butirato y ausentes en personas con diabetes que tienen preinsulinodependencia. Se los puede incorporar a través de estrategias nutricionales o, incluso de medicamentos y analizar si tienen una acción benéfica.
¿Son los probióticos el “medicamento” exclusivo para equilibrar esa microbiota?
No exclusivamente. Los probióticos son microorganismos vivos que cuando son administrados en cantidades adecuadas brindan un beneficio al huésped. Así los definió la FAO y la OMS en 2001.
Pero hay otras moléculas que pueden ayudar, como la fibra o prebióticos. Una dieta rica en fibras de diferente tipo también permitirá la aparición de bacterias benéficas que se alimentan de ella y se multiplican.
También se pueden combinar probióticos con prebióticos. Son los llamados simbióticos. Ya no es solo la bacteria viva sino también su alimento que promoverá su multiplicación.
Algunas personas son más sensibles que otras a un consumo excesivo de fibras, ya sea porque no las pueden digerir bien, porque les pueden producir síntomas intestinales incómodos, o porque son intolerantes a ciertos compuestos de ellas. Hay también restricciones calóricas que pueden incidir en los cambios de población microbiana.
En el caso de los probióticos, ¿el medio utilizado para su administración siempre es un lácteo?
No siempre. Para hablar de probióticos hay que remitirse siempre a cantidades adecuadas. Si un yogur tiene probióticos no alcanza con que sea yogur. Tiene que informar la cantidad de unidades formadoras de colonias por gramo, por ejemplo, 108. Ese valor habla de la concentración que mantendrá hasta que expire su vigencia. Eso sí es un yogur con probiótico.
En cambio, un alimento fermentado, que también es formador de microorganismos no necesariamente son probióticos. Cuando en la casa se hace yogur, kefir, kimchi o kombucha son alimentos fermentados que nos ayudan porque nos aportan microorganismos diversos a nuestra microbiota, pero no necesariamente se trata de probióticos identificados y estudiados.
Para hablar de probióticos se debe identificar la cepa, saber de cuál se trata. Existen cápsulas, pastillas, gotas de aceite para bebé que combinan cepas bacterianas. Hay varias matrices para vehiculizar probióticos. No hay necesariamente un vector mejor que otro.
Para consumidores que buscan probióticos en un supermercado. ¿Qué tendría que fijarse para saber que lo que está consumiendo es realmente beneficioso?
En primer lugar, debería fijarse en el nombre, cómo se llama y qué grado de identidad tiene. Si un producto dice apenas “contiene probióticos” no alcanza. En cambio, si nombra el probiótico Limosilactobacillus (o Lactobacillus) reuteri DSM17938 o Lactobacillus Limosilactobacillus DN114001, no es cualquier reuteri o casei, se conoce su nombre, apellido y su cédula de identidad. También es importante saber la concentración. Si no lo dice es probable que la estabilidad de ese producto no haya sido estudiada en personas o no tenga información disponible.
No todos los probióticos sirven para lo mismo. Unos sirven para el sistema inmune, otros para estabilizar el colesterol. Hay que observar también si al mismo probiótico lo ponen en todos los productos, allí hay más marketing que ciencia.
Los nutricionistas y médicos pueden asesorar muy bien sobre cuál consumir.
¿Cuál es el futuro de este tipo de investigaciones?
De los probióticos pasamos a los psicobióticos, término acuñado por científicos de la universidad de Cork, en Irlanda. El relacionamiento intestino-cerebro es una de las cosas que se vienen. Se ha descubierto que modificando la composición bacteriana del intestino podemos modificar el humor, la respuesta al estrés, las capacidades cognitivas, sociales.
Estamos haciendo dos estudios clínicos en colaboraciones con médicos de Japón e Italia con niños diagnosticados con trastornos del espectro autista y queremos saber si un aporte nutricional con probióticos específicos puede tener un efecto beneficioso a nivel cognitivo y social. Estudios similares estamos haciendo con la depresión para ver cómo la alimentación y el uso de probióticos pueden ayudar a mejorarla.
Se viene también el cruce de fronteras. Muchas empresas startups están tratando de generar consorcios de bacterias que están ausentes en personas enfermas y pueden mejorar si se las administran.
Entramos así al campo terapéutico. Hay un fenómeno que ya está ocurriendo que es el del trasplante fecal, en caso de infecciones recurrentes y diarreas por Clostridium difficile. A la cuarta recurrencia se indica trasplante fecal de la microbiota completa de un donante sano. Se cambia todo el ecosistema, de manera que el agente patógeno, resistente a los antibióticos, se erradica completamente; tiene una efectividad de 90%.
En un futuro lo que probablemente pase es que no se necesite hacer un trasplante de toda la microbiota sino desarrollar una cápsula con un consorcio de unas decenas de bacterias de las que se conoce su efecto benéfico.
También se viene el rol de la microbiota en patologías relacionadas con el cáncer. Se sabe y ya ha sido demostrado que en algunos tipos de tumores sólidos (cáncer de pulmón, carcinomas intestinales) la estructura y composición de la microbiota está directamente implicada en el hecho de que el paciente responda o no a los tratamientos, (no solo de quimioterapia sino también de inmunoterapia). Se está analizando qué bacterias tienen los pacientes que responden a ese tipo de tratamiento para buscar la manera de administrarlas a los que no responden.
También se hacen bancos de microbiota y se congelan para cuando la persona tenga algún problema de los mencionados pueda hacerse un autotrasplante de microbiota sana. Estas líneas de investigación ya están muy avanzadas.